"He aprendido a andar; desde entonces me abandono a correr. He aprendido a volar; desde entonces no espero a que me empujen para cambiar de sitio. Ahora soy ligero. Ahora vuelo. Ahora me veo por debajo de mí. Ahora baila en mi un Dios.
Asi habló Zaratustra."
-"Del leer y escribir" del libro "Así habló Zaratustra" de F. W. Nietzsche-


lunes, 12 de mayo de 2008

¡Ay,Mira el payo que no sabe bailar!

El pasado Domingo viví una experiencia que nunca pensé que viviría, algo bastante inusual, un Bautizo Gitano.

Un compañero y amigo de etnia gitana me invitó al bautizo de su hija, Natalia un niña monísima de pocos meses de edad. Al principio, a uno le entran las dudas, es inevitable, a pesar de ser una persona muy sociable y tolerante, que algún prejuicio y algo de desconfianza surja ante una invitación de este calado. ¿Qué pinto yo en un sintió así?, es un pensamiento que no niego, fue recurrente en varias ocasiones. Yo desconozco la mayoría de las costumbres gitanas pero la amistad con mi compañero, la curiosidad , un poco de espíritu periodístico, además de las ganas de fiesta me llevaron a presentarme al convite.

El bautizó tuvo lugar en una iglesia de Torrejón de Ardoz, por ciclísticas circunstancias ajenas a mi persona llegué unos minutos tarde a la iglesia, por lo que cuando entré, la ceremonia ya estaba empezada. Lo primero que me llamó la atención al entrar es ese olor a tierra mojada y sudor que había en toda la iglesia, olor avinagrado que desprenden los gitanos y que abotargaba toda la estancia. En el interior se encontraban unas treinta personas, todas ellas de etnia gitana, y gran parte, niños pequeños. Había un desorden inaudito en el templo, bebes llorando, niños correteando entre las bancadas, el cura explicando lo que se tenía que decir y hacer, por desconocimiento de la liturgia de todo el personal. Nada que ver con esas misas donde los feligreses se saben de memoria todo el rito. El párroco, un señor de avanzada edad y con una peculiar dicción, en seguida entendió la situación en que se encontraba y relajó el protocolo. Mi presencia en este grupo llamaba tanto la atención que incluso el cura me preguntó si iba con ellos, aunque él no era el único extrañado, todos los que no me conocían me miraban con sorpresa, sobretodo los niños, que al tener menos vergüenza, me clavaban sus miradas fijamente -¿Qué querrá este payo?- supongo que se preguntaban. Tras el rito del bautismo, nos fuimos a la parcela de mi compañero para seguir celebrando la fiesta. Las miradas de extrañeza no cesaban, pero poco a poco, tanto yo como el resto de la gente fuimos perdiendo la timidez, y comencé a integrarme en el grupo. A los niños, con edades entre los seis y los once años, les llamaba mucho la atención mi altura, que aunque es una medida bastante corriente, un metro ochenta centímetros, a ellos les parecía mucho, y exclamaban asombrados -“¡seguro que juegas al baloncesto!,
¡por lo menos medirás tres metros!-.

Yo no le di mucha importancia hasta que un rato después apareció un muchacho de unos dieciocho años rodeado por varios de estos chavales, se puso a mi lado observándome y tratando de constatar lo que supongo le habían contado los otros, de repente exclamó- ¿Cuánto mides?- a lo que respondí divertido y sorprendido, -Menos que tú, fijo.- siguió con su interrogatorio:

-Pero ¿Cuánto?-

-Uno ochenta, seguro que tu mides por lo menos uno ochenta y cinco, ¿no?-

-uno ochenta y cuatro-

Trás este dialogo se fue ufano y henchido al comprobar que seguía siendo el más alto del poblado.

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"Nunca lloro delante de la gente, así nadie recordará mis penas"
Vicente García