"He aprendido a andar; desde entonces me abandono a correr. He aprendido a volar; desde entonces no espero a que me empujen para cambiar de sitio. Ahora soy ligero. Ahora vuelo. Ahora me veo por debajo de mí. Ahora baila en mi un Dios.
Asi habló Zaratustra."
-"Del leer y escribir" del libro "Así habló Zaratustra" de F. W. Nietzsche-


martes, 1 de julio de 2008

Cuento de un niño inocente

Como hace tiempo que no actualizo y últimamente no estoy muy inspirado he decidido usar una vieja y tonta historia que me ocurrió cuando era más joven.

Se me viene a la cabeza aquella vez que alguien arrancó un aro de una de las canastas del parque de Las Cepas y la dejó tirada. Yo la encontré y se me ocurrió que lo mejor que se podía hacer con ella era coger unos tornillos y colgarla de la valla. La cancha de este parque situado frente a mi casa, está en una cuesta, por lo que por un lado de la pista hay un pequeño talud enladrillado de un metro y medio de altura y por encima hay un pequeño pradito donde puedes observar, tumbado entre las sombras de los abetos y sauces, como juegan al fútbol y al baloncesto dentro de la pista. Para evitar que algún despistado caiga desde el talud se instaló una valla metálica que rodea todo el perímetro. Crucé la calle hasta mi casa, cogí unos tornillos, unas tuercas y una llave, nadie me vio cogerlas, cosa que evitó tener que responder preguntas. Ya de nuevo en el parque, con la destreza que me caracteriza, coloqué el aro firmemente en la valla.

Siempre quise ser una estrella de la NBA, mi ídolo era Spub Web, un jugador de muy baja estatura pero que realizaba unos mates extraordinarios, yo tenia algo que me semejaba a él, su baja estatura, pero no la habilidad para llegar al aro, así que decidí colocar el anillo metálico a una distancia del suelo que me permitiera emular a mi ídolo. Creo que lo coloqué a unos dos metros del suelo, con esa altura pude machacar la canasta quitando esa frustración que llevaba conmigo desde los inicios del colegio donde jugaba en el equipo de baloncesto.

Horas más tarde, observaba como jugaban al fútbol desde mi casa, eran los chavales mayores de mi barrio. En un momento del juego uno de los chicos observó como uno de sus compañeros corría por la banda pegada a la pared, estaba tan solo que el pase estaba cantado, y no lo dudó, le propinó una patada al balón dirigiéndolo hacia su compañero desmarcado, lo vio tan claro que las ganas de darle un pase de gol, hizo que se excediera en sus fuerzas, y el balón salió de su pie demasiado elevado. Jesús, que era el jugador desmarcado, miraba la bola aproximándose como un avión, pensó que debería esforzarse si quería llegar a recibir el balón, por lo que salto con todas sus fuerzas para conseguir alcanzarlo. Se elevó con tanta violencia como mala suerte, ya que estrelló su sien contra el aro. Cayó a plomo sin sentido, permaneció durante unos interminables segundos tirado en el suelo.

Yo cerré mi ventana y me tumbe, no quería saber nada y tampoco quería que nadie me vinculara con aquel acontecimiento. Nadie supo quien fue quien colocó el aro, pero durante mucho tiempo me persiguió el temor a que alguien me delatara.
"Nunca lloro delante de la gente, así nadie recordará mis penas"
Vicente García